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Historias de mañana

Historias de mañana

(Relato escrito por Darío, el hijo de Inma, y que ha sido premiado en su instituto. Tiene 14 años y estudia 2º de ESO.)

Me parece fascinante el poder de nuestra imaginación para llevarnos a lugares mágicos y misteriosos, que en un descuido se hacen tan reales como la vida misma, sin dejarnos con capacidad de distinguir entre lo real y lo irreal, creándonos una bella aunque momentánea fantasía que nos conduce hasta los confines del universo, pero que al final, cuando dejamos ese precioso e increíble mundo, sólo nos quedan los recuerdos de esos deliciosos momentos.

Siempre me ha gustado imaginar que viajo a un mundo de fantasía donde todo es posible, un lugar donde todos podemos ejercer magia, con criaturas asombrosas en él, un lugar al que escapar cuando la realidad no alcanza tus expectativas, en él me siento fuerte y seguro, como si nada pudiera pararme, por lo que es el lugar perfecto para mí, un chico algo tímido, pero fuerte, decidido y fiel a sus ideales. ¿Os gustaría acompañarme? Venid…

¡Ah! Como os dije, este bello mundo rebosa de vitalidad y belleza. Pero no siempre es así; como en nuestro mundo, aquí las guerras afloran, destruyéndolo todo a su paso. En este mundo, como en el nuestro, ya no  escuchan a la naturaleza, y han olvidado que como todo, la vida es algo que ella nos da, pero que algún día hay que devolver.

Aunque volviendo al tema, me apasiona la magia, eso es lo que hace de este universo un lugar perfecto. En él no hay que tener coches o cocinas, todo se arregla con la magia, pero es un arte difícil de dominar por lo que mucha gente empezó a dejarla en desuso, hasta el punto en el que se convirtió en un arte obsoleto que sólo algunos sabios dominaban.

Si lo pensamos, en cierto modo es como en nuestra sociedad, en ella lo teníamos todo, pero una vez lo echamos a perder por nuestro egoísmo, llevándonos a acabar con zonas preciosas que ya jamás volverán a albergar vida, algunas de ellas destruidas por simple capricho, y al igual que pasó con La Tierra, nuestro planeta está a punto de destruirse, y me parece muy triste, que tras tantos años, hayamos vuelto a caer en el mismo error, pero esta vez no tenemos un lugar alternativo en el que vivir, aún así la avaricia de los humanos no tiene fin, y no les ha bastado con echar a los habitantes de lo que en su momento fue un lugar perfecto para albergar vida.

Aunque me guste imaginarme cosas por entretenimiento, esta vez me parece que lo he hecho subliminalmente para huir de este mundo maldito dominado por la codicia. Si yo tuviera el poder para cambiar el mundo, nada de esto pasaría, algo así como… ¡Ya sé, como en mi bello universo imaginario! En el caso de que en mi mundo pudiera hacer magia, estoy seguro de que impediría que la situación siguiera así, ya lo creo, un lugar en el que la tiranía no tuviera cabida, y todos pudiéramos intentar hacer lo correcto. Está decidido, estaré día y noche intentando cambiar el destino que se cierne sobre lo que queda de mi mundo.

Tras años de investigación y trabajo, hallé en una lejana galaxia un lugar donde era posible la vida, ese fue mi único avance, como suponía, Nueva Tierra cayó. Los ricos pudieron sobrevivir en sus naves, pero por su culpa millones de personas inocentes lo pagaron, ahora están condenados a un destino fatal en Nueva Tierra y lo único que pueden hacer es esperar a que los pocos recursos que quedan se agoten.

En estos momentos en los que me dispongo a explorar ese lejano lugar con mi familia, recuerdo esos felices días en los que jugaba en mi bello planeta, rebosante de vida y actividad, donde mi infantil inocencia me protegía de todas aquellas amargas noticias que nos llegaban sin descanso, cuando me gustaba imaginar aquel entorno de ensueño que tomaba mi mente y me transportaba a un universo paralelo controlado por mí, y que al contrario que en el nuestro, sus habitantes se dieron cuenta del daño que le estaban haciendo a su hogar…

-Hijo, ¡Hijo! ¡Despierta! - ¿Qué pasa mamá? ¿Dónde estamos? –Venga déjate de tonterías que llegas tarde a clase. Momentos después, en clase… -¡Profesor, profesor he tenido un sueño horrible, soñaba que nuestro planeta moría y todo en el acababa, por favor dígame que eso nunca ocurrirá! –Hijo, por supuesto que no, nuestra especie sabrá qué hacer si eso ocurriera, jamás seremos tan tontos como para destruir nuestra casa.

Ojalá sus palabras hubieran sido ciertas. Tal y como soñé de niño, Nueva Tierra cayó, pero esta vez me preparé para eso. Desde el día en el que tuve aquel desgarrador sueño no me he dejado de preocupar por el futuro de nuestro planeta, y así, a pesar de mis numerosas cartas al gobierno, no me han hecho caso y ahora ellos son los que se quedarán a presenciar la caída de lo que fue mi  querido planeta. Sólo queda de él su bello recuerdo, alegre y activo, con innumerables niños ingenuos, que fueron los últimos en disfrutar aquel antiguo paraíso terrenal. Ahora, haciendo memoria, recuerdo cuando los hombres talaban ingentes cantidades de árboles, o cuando acababan con especias enteras de animales, con el pretexto de estar practicando deporte. Que inconscientes fuimos, sin darnos cuenta, estábamos cavando lenta pero tenazmente nuestra tumba. Y lo que más duele es que muchos de nosotros no pudimos hacer nada para evitar esa situación, una vez que el planeta estaba demasiado explotado como para dar marcha atrás.
 
Por suerte, esto no es más que una simple historia inventada, pero puede que algún día deje de serlo por la estupidez humana, y sus ansias de poder. Aquí al contrario que en la historia aún estamos a tiempo de cambiar nuestro futuro, así que concienciaos, aún es “si yo pudiera” en nuestro tiempo aún es posible. ¡No hay que desaprovechar esta oportunidad! ¡Hay que evitar a toda costa que lo único que al final podamos decir sea: si yo pudiera…!
 
Fin.
 
 
Pensad que esta historia podría llegar a ser la nuestra.

ANÉCDOTAS DE NAVIDAD.

ANÉCDOTAS DE NAVIDAD.

Como en otras ocasiones, queremos haceros una propuesta para amenizar la Navidad. ¿A quién no le ha ocurrido alguna vez un episodio divertido en estas fechas en las que se mezclan alegrías y tristezas? Dejemos la parte seria y atrevámonos a sacarle partido a esa situación inolvidable que tanto nos divirtió.
¡Animaros a participar!

Para iniciar la serie, os dejo mi aportación.

Saludos

Inma

 

EL PADRE EZEQUIEL Y SOR MARÍA DE ESPAÑA.
      Una vez ocurrió esto que ahora os cuento,¡ no me lo invento, pasó de verdad!
      Hacía poco tiempo que me había establecido en mi nueva casa y por el mismo motivo, también hacía poco tiempo que me habían instalado el teléfono.
      Empezaba una nueva etapa en mi vida y estaba casi eufórica. Mi primera Navidad como anfitriona, el primer arbolito decorado enteramente por mí, mi nuevo aparato receptor y las posibilidades que este ingenio de la tecnología me ofrecía para comunicarme con mi familia, a la que tanto echaba de menos.
      Para entender lo que viene a continuación quizá tenga que poner en antecedentes a quien ahora me esté leyendo.
      Tengo un montón de parentela y de entre tanta prole colateral, tengo la satisfacción de contar con unos cuñados muy afectuosos y serviciales. Pese a que todos hablan perfectamente castellano, hay uno con una singularidad idiomática que se la confiere el hecho de haber nacido en otro país y tener como práctica habitual, residir en otros muchos (en uno cada vez se sobrentiende, no tiene la singularidad de la ubicuidad también, creo). En definitiva, posee un acento característico, peculiar y diferenciador que es inherente a él mismo, o eso creía.
      Pues bien, retomando el hilo vuelvo al teléfono y al uso y provecho que por aquel entonces hacíamos de este instrumento tan práctico, alámbrico y bastante menos avanzado que los de hoy día, que ni te informaban del número, ni de la llamada externa, interna, desconocida, no cojas que es publicidad, para qué coges que ya te he dicho que te iban a dar el tostón..., etc. Así claro, yo recibía llamadas solidarias pero insólitas de: - "el butanero, disculpe llevo a hombros las dos bombonas que nos ha encargado pero no encuentro su piso". El repartidor de pizzas con veinte pedidos. El taxista que llevaba dos horas esperándome en la puerta, y...
 
-Ja, ja, ja ¡que soy yo!
 
-¡Ah tú! (Este tú no era el cuñado del acento característico e inherente a él mismo, era otro con acento de andar por casa y de ahí mi confusión y mi error).
 
      En estas relaciones de comunicación y trato amistoso estábamos cuando el teléfono volvió a sonar.
 
-¿Diga?
       
      Y esta vez sí era una voz con acento característico e inherente a él mismo.
 
-Soy el padre Ezequiel. ¿Tendría la amabilidad de contactarme con la hermana sor María?
 
      Muy perspicaz yo, pensé: ¡vaya!, el otro también con las bromitas, desde luego... Bueno, le seguiré la corriente.
 
-¡Padre Ezequiel?
 
-Sí, atiendo.
 
-¿Desea hablar con la hermana sor María?
 
-Sí, pues cómo no, para desearle felicidades y dicha en la Natividad. Llamo desde Colombia, ¿le importaría contactarme?
 
      Haciendo gala de mi astucia seguí pensando: ¡y se creerá que disimula muy bien con tanto "palabro"!
 
-No se preocupe que ahora mismo le CON-TAC-TO (bien clarito). ¡¡¡SOR MARÍA!!! grité
 
Y cambiando de voz para recrear mejor la situación y al mismo tiempo hacer mejor el tonto (aunque esto último todavía no lo sabía) contesto:
 
-Sor María de España al aparato, perdone mi tardanza padre, pero es que estaba metiendo en vereda a las hermanas, ¡es que están disparatadas con tantas "tetillas de monja"! Se ponen moradas y luego ya se sabe...
 
-¿Cómo diceeeeee?
 
      Y no sé qué me iluminó, o más bien me "audifonó", pero una leve inflexión en la voz me hizo comprender que el padre Ezequiel no era mi cuñado, sino un padre Ezequiel de verdad que llamaba a una sor María de verdad desde la otra punta del mundo.
      La vergüenza y el atolondramiento se apoderaron de mí, que ya no daba pie con bolo, ni palabra con "inherencia" ni coherencia.
 
-Padre María, perdón hermana Ezequiel, bueno, señor, discúlpeme, es que verá, tengo un yerno, no un cuñado, que me gasta bromas y creí que era él..., por eso..., ¡Ay padre, que mal rato! No se crea, es que como aquí las monjas venden sus tetillas, las que hacen quiero decir. En fin... como le decía..., que me han instalado hace poco el teléfono y mi nuero, bueno, ese familiar, es muy gracioso..., y yo he pensado..., ¡qué vergüenzaaaaa!
 
      Así estuve un rato, hasta que el pobre padre, educadísimo y con una paciencia infinita, me dijo:
 
-No se preocupe señora, esto puede pasarle a cualquiera.
 
-¿Siiiiiii? ¿Usted cree?
 
-Creo (que no sé si se refería a creer de creer o de Creer, tan confusa me encontraba). Bueno, pero que como es conferencia voy a tener que interrumpir la comunicación. Le deseo una Feliz Navidad...
 
-Yo también le deseo una completamente felicidad navideña, o eso..., pero por favor, discúlpeme.
 
      Y el pobre hombre que no sabía cómo poner fin a aquella situación tan absurda, se despidió con un:
 
-No hay caso, adios señora, pi,pi,pi,pi,pi...   
 
      Ahí terminó mi anécdota, pero yo insisto: ¡PADRE EZEQUIEL, SI ME ESTÁ LEYENDO DISCÚLPEME, POR FAVOR!

Vuelta al mundo

Vuelta al mundo

Juan está en Madrid (Puerta de Alcalá)

Llega el verano y como entretenimiento propongo un diario de viajes.
Mandamos a Juan a dar la vuelta al mundo y mientras nos irá contando lo que ve y, si le apetece, lo que le ocurre.
Juan es joven (treinta y pocos), tiene una VISA saludable y tiempo. Sale de su casa en Málaga sin planes ni rutas y como  vive cerca se llega a la estación de autobuses. Revisa los horarios y el próximo autobús va a Granada. ¿Por qué no?

-Podré ver a Paco y Granada siempre es una ciudad hermosa.

Manoli

 

¿Empezamos de nuevo?

¿Empezamos de nuevo?

14 de febrero, San Valentín, día de los enamorados y de las tiendas de regalos.
Para conmemorar esta fecha propongo iniciar un nuevo relato compartido que será, por supuesto, una novela romántica. Triste, divertida, satírica, victoriana, futurista… ya veremos.
Para dar pie, empiezo yo proponiendo poco más que el título.


Manoli


La colina del silencio.


Desde la ventana se divisaba un panorama otoñal. Los árboles dorados se mecían con la brisa y la luz tenía ese matiz triste del atardecer.

EL TEMBLOR DE MIS LABIOS

¡ Hace ya tantos años!, pero voy dando forma a mis recuerdos, encajando pieza por pieza, como si de un puzzle se tratase.
     Vivíamos en el casco antiguo de la ciudad, en una calle estrecha y empedrada, donde la simetría de las casas no existía, algunas eran altas, con balcones enmohecidos por el tiempo y la humedad; otras, de una sola planta con patio interior, y un gran pilón con agua clara y fresca, con la que se regaban las vistosas macetas de gitanillas, geranios, y esa dama de noche escondida en un rincón, como no queriendo regalarnos su delicada fragancia.
     Mi casa, era un piso bajo con ventanas que daban a la calle, a esa calle repleta de recuerdos, que, al evocarlos, aún tiemblan mis labios.
El comedor, no era demasiado grande, desatacaban el colorido de sus paredes, con cenefas horizontales de llamativos colores, como queriendo dar más alegría a la estancia. La luz entraba por una ventana grande acristalada, con postigos de cuarterones, que por las noches solían cerrarse con un pestillo , fuerte y chirriante que siempre sonó igual.
     ¡ Cuántas vivencias en un espacio tan limitado!
Recuerdo a mi madre, pedaleando la máquina de coser con el monótono cric, crac, cric, crac, a altas horas de la noche: a veces el sonido era más suave o llevadero, ya que el día anterior éste viejo armatoste, había sido engrasado con una vieja alcuza, que también en otros tiempos había utilizado mi abuela.
     A mi padre, siempre lo recuerdo leyendo libros, periódicos, todo lo que fuese leíble, para él, era un motivo de plena satisfacción .
Se sentaba junto a la ventana en una mecedora de rejillas con un cojín de cretona, rodeado éste, de un bonito volante. Así se pasaba horas y horas, con el libro entre las manos… yo pensaba que eran unas manos finas, elegantes. Sus dedos alargados, sujetaban el libro de una manera especial.
     No tuvo oportunidad de estudiar, pero su gran afición por la lectura, le abrió ese mundo grande, maravilloso, donde el lector va asimilando parte de la sabiduría de los privilegiados del saber.
En casa teníamos un diccionario, tres libros de Blasco Ibáñez, y poco más. Eran tiempos difíciles, a veces, faltaba lo más elemental, pero esto no era impedimento para su objetivo conseguir.
     Recuerdo que en la plaza de la Merced había una librería antiquísima, en la que entre otras cosas, se alquilaban libros, y era yo, su niña, la que hacía tal menester. Así fue contagiándome sus inquietudes, alentándome por este u otro autor. Me gustaba leer, esa fue mi escuela ( casi no hubo otra).
     Mi padre, sabía trasmitir encanto a todo lo que hablaba: ¡Cómo nos gustaba oírle!…En invierno el calor de la copa, cuando ya se había prendido el cisco, y la templanza y el calor nos envolvían, él nos deleitaba con sus historias que no tenían fin. Empezaba por doña   Juana la Loca, y terminaba por las ruinas de Bobastro.
     Por esa época yo tenía catorce años, una edad en la que los sentimientos son confusos, yo era una niña-mujer: me gustaba jugar en mi calle empedrada llena de musgo, a veces resbaladizo, que nos hacía reír cuando en nuestro grupo de amigas alguna se caía.
A esta edad, prevalecía la fantasía, ¿quién no soñaba con su príncipe azul? A mi me había llegado ese momento; mis sentimientos de niña-mujer, se manifestaron con unos latidos acelerados en mi corazón.
     Yo vivía en el número dos, de mi calle empedrada, y siguiendo un orden numérico, la casa de enfrente lucía en su fachada el número cinco, junto a una “Aseguradora de Incendios”. Aquí habían  vivido Mariquita, Julio su marido, y sus cuatro hijos; tuvieron que emigrar a Cataluña. Eran tiempos difíciles, de miserias; esa era la letanía que se oía por doquier. Esta casa se quedó vacía algún tiempo y notábamos la ausencia de Julita y sus hermanos; hasta los balcones daban testimonio de la ausencia y silencio en la quedó sumida.
La hojarasca colgaba, al caer, añoraban el fresco del agua que Mariquita con tanta dedicación y entusiasmo le había prodigado cada día.
     Una mañana de primavera, cuando las tardes se alargaban y las flores emergían con su colorido irisado , algo nos llamó la atención; el balcón del número cinco estaba entreabierto, y como una suave y fina lluvia, caían gotas continuadas de agua que con avidez, habían absorbido las macetas mustias, y deseosas de resurgir. Su curiosidad desde ese instante nos atrajo como el imán a los metales: ¿quién o quienes se habían venido a vivir al número cinco? Pronto lo supimos: era un matrimonio con sus siete hijos, que portaban cada día algún utensilio doméstico, con el fin de amueblar su nueva casa.
     Para mi, fue como una aparición cuando mis ojos se fijaron en un mozalbete que transportaba una pequeña mesa sobre sus hombros. Sus cabellos eran rubios como las espigas de trigo, sus ojos azules de mirada nítida y clara, igual que la mar cuando está calma. A partir de ese momento, creí comprender que mi niñez iba quedándose atrás, dando paso a otra etapa de mi vida, la pubertad.
     El rubor de mis mejillas, y mi sudorosas manos, eran más que suficientes para comprender lo que mi joven corazón sentía: Tras mi ventana, unos ojos expectantes acechaban un momento del día, en el que pudiera ver a mi nuevo vecino.
     Pasados algunos meses, fue creándose entre nosotros una ingenua adolescencia, sin maldades, llenas de ilusiones, que sólo con estar juntos nos sentíamos felices, una verdadera amistad. Hablábamos de cosas triviales, pero a veces, como queriendo vaticinar un futuro entre ambos, la fantasía nos embargaba con promesas alentadoras. El tiempo pasaba sin detenerse, y mis sentimientos también seguían adelante cada vez más firmes.
     La metamorfosis que nuestros cuerpos experimentaron fue algo tan natural como el nacer o el morir. Nuestros cuerpos habían cambiado, mis pequeños senos afloraban con timidez indicando que la niñez estaba quedándose atrás. Él se había convertido en un joven guapo, atractivo, de anchos hombros, y delicados modales. Seguíamos siendo amigos, solamente amigos, nunca hubo nada más. Pero yo sabía que en nuestros corazones los latidos eran más intensos cada vez que nos veíamos.
     Todo seguía igual en mi calle empedrada, las mujeres con sus cestas de pleita colgadas el brazo cuando iban al mercado, los hombres, dependiendo de su trabajo, iban trajeados y con corbatas, otros, denotaban su precariedad en su atuendo.
Fue un día caluroso del mes de agosto, cuando todo el mundo sintonizaba por la radio el parte de las dos y media de la tarde, coincidimos en la puerta de su casa: lo noté algo raro, confuso, yo diría  que triste…efectivamente, había tristeza en su mirada, pero más hubo en la mía cuando me dijo que se marchaba a Madrid. ¡Qué lejana ciudad!, para mí, una chica de provincia para la que todo nuestro entorno era conocido. Me parecía tanta la distancia que nos iba a separar, que las pasiones más profundas afloraron en todo mi ser.
     Llegó ese día no deseado, las hojas caídas anunciaban que el otoño había llegado, y la ida de mi amigo también. El sol dejaba asomar algunos atrevidos rayos, por los grandes nubarrones que cubrían el cielo, dando más tristeza a nuestra despedida, una despedida ni esperada ni deseada, pero que culminó en un “hasta pronto.”
     Fueron algunos años de ausencia, de una ausencia sin promesas, de añoranzas, y que en lo más intrínseco de mi ser, albergaba la esperanza de que en el algún momento terminaría.
     Un día, dirigiéndome a mi trabajo, casi como una aparición, escuché unos pasos acelerados que se acercaban a mí, alguien me había tocado el hombro; yo giré la cabeza…y él estaba allí mirándome, y yo mirándolo sin verbo: balbuceé, y mis piernas temblaron. Nos saludamos con verdadera alegría, emocionados; así caminamos hasta mi trabajo, sin darnos cuenta de que una fina lluvia mojaba nuestros cuerpos. ¡Qué feliz me sentía! Aunque su estancia en la ciudad no iba a ser demasiado larga si fue suficiente para comprender, que nuestra amistad no era solamente amistad.
     Cuando entrelazamos nuestras manos, ese contacto sencillo, noble, era más que suficiente para sentirnos felices. Todos los días iba a esperarme a la salida de mi trabajo, yo pensaba que el reloj se había parado en el tiempo, miraba y miraba los minutos que faltaban para salir. Nuestro encuentro diario era alegre como el trinar de los pájaros, o la risa inocente de un bebé. Hubo un día muy especial, tanto que, hoy al pasar de los años, lo recuerdo con emoción.
     Nos gustaba pasear por el puerto, la mar casi siempre serena, permitía que los hombres sentados al filo de los malecones, lograran su objetivo: pescar un pececillo hambriento que engañado, picase ese anzuelo que con maña colocaban los aficionados a tal menester. Nos gustaba detenernos y contemplar el estilo y la destreza con que lanzaban el sedal, con su carnada aún viva, gusanillos serpenteantes que previamente enganchaban en pequeños anzuelos. Eran hombres con la piel tostada por el sol; unos cubrían su cabeza con boinas descoloridas, otros con sombreros de pleita calados casi hasta los ojos. Nos despedimos y continuamos nuestro paseo.
     Llegamos a la enseña de nuestra ciudad, “la Farola”, aún sus faros no proyectaban esos destellos de luz, con los que iluminaba gran parte del litoral, y de mar adentro. Nuestras manos iban cogidas, era un contacto físico, pequeño, pero gratificante; hablábamos, reíamos, era como si estuviésemos solos en todo lo que nos rodeaba. Nos paramos un momento…y, algo cálido y suave rozaron mis labios: fue algo inesperado para mi que no pude controlar la reacción, todo cuerpo temblaba, y sobre todo, mis labios. Yo notaba el rubor de mis mejillas, y las piernas estáticas. Él, sorprendido, más bien asustado, sin comprender el por qué de esa reacción tan inesperada por mi parte.
Fue la primera vez que recibía esa caricia, y que no supe disfrutarla en ese justo momento. (Siempre pequé de ingenua). Ya más tranquila lo miré a los ojos, y con esa mirada, fue una mirada de amor, ternura y complicidad, me supo comprender. Un amor que, muchos años, aún perdura…¡PERO YA NO TIEMBLO!


MARUCHI     

NOTA: Maruchi es la madre de Inma y ha tenido el detalle de mandarnos este relato. Muchas gracias por compartirlo.

Historias navideñas.

Historias navideñas.

     Dada la buena aceptación que tuvo nuestro relato compartido, me animo a proponeros un nuevo entretenimiento.
     Viendo las fechas en las que estamos, el tema no puede ser otro que la  Navidad. Os propongo escribir microrelatos donde expresar lo que queráis teniendo como excusa estas fiestas que serán buenas o malas pero jamás indiferentes, ¿o si?
     Los relatos se irán añadiendo como comentarios a este artículo al que también podemos acceder por el botón correspondiente en el menú principal de la izquierda bajo el epígrafe de “Relatos compartidos”.
     Espero que esta idea os guste y os animéis a participar. Sería muy divertido que los niños aportaran su ingenio, siempre sorprenden, así que contádselo a vuestros hijos.

Saludos.


Manoli

Una propuesta.

Para entretener los calores del verano, ¿qué os parece si escribimos un relato entre todos?
Invitamos a participar en él a los que en algún momento se han visto animados a “hojear” este blog. Basta con pinchar en los comentarios de este artículo y escribir lo que la inspiración dicte. En septiembre recapitularemos el resultado.
Para facilitar el seguimiento de este artículo he puesto una entrada en la columna de la izquierda bajo el título de RELATOS COMPARTIDOS.
Si os parece bien, comienzo yo poniendo el título y las primeras frases.
Un saludo. Feliz verano y ¡a escribir!

Manoli

Nuestro relato comienza así:


VOLVER SOBRE LO ESCRITO

Marta se miró en el espejo sin prestarse mucha atención. Cogió el bolso y el paraguas y salió a la calle. Tenía treinta minutos para llegar a la cafetería donde había quedado. Más que suficiente.
La tarde era gris pero no llovía. Sin pensarlo, echó a andar.

Nuestro primer encuentro.

Por aquel entonces, aún no conocíamos a Zaida, ni su inagotable maleta de libros leídos, ni su juvenil sonrisa, por eso, aquella primera vez, y también la segunda, me tocó a mí llevar la voz cantante de nuestra incipiente y desorientada asociación de lectores. Así que, sin saber muy bien lo que debía hacer, si no más bien intentando  “no meter la pata” para no resultar incorrecta ni aburrida, y con la pretensión de que todos quisieran volver, entre sonrisas, lágrimas no, porque hubiera quedado chocante, aunque ganas no me faltaron de nerviosa que estaba, me dirigí a los presentes, una vez presentados, y leí una especie de alocución inaugural, que ahora hago extensiva a todos los que quieran saber por qué se creó el Club de lectura José María Hinojosa y cómo comenzó.
Decía así:
Muchas veces me he preguntado qué sienten otras personas ante las páginas de los libros que por un motivo u otro han pasado por mis manos. Conocer y compartir otras opiniones se me antoja interesante y enriquecedor.
Un día hice partícipe de esta singular idea a Encarni, amiga y lectora empedernida, y con mucho entusiasmo, sin necesidad de ánimos ajenos, decidimos crear un “biclub” de lectura.
Tere, otra amiga, y bibliotecaria a la vez, nos dijo que sería una buena idea comentarlo con Manolo, nuestro bibliotecario, porque podría ayudarnos facilitándonos libros, información y medios para llevar a cabo esta iniciativa. Así lo hicimos, y se entusiasmó tanto con la propuesta, que decidió hacerla pública y ampliarla a otros lectores, con el sorprendente resultado de que poco tiempo después, más o menos octubre de 2006, éramos más de dos. Con tanta gente congregada, hicimos una convocatoria preliminar en un reservado de la biblioteca, y en tan clandestina situación nos conocimos algunos de los que hoy estamos aquí. Ese día se confeccionó una lista con las primeras personas que, aunque algunas todavía ausentes, formaríamos el ya más amplio conjunto lector, y decidimos al buen tuntún, -y esto es rigurosamente cierto- cual sería el libro que iniciaría el catálogo de obras candidatas a estar en nuestra lista, que ojalá llegue a ser muy larga en el espacio y en el tiempo.
Aunque yo opté por “Mejillones para cenar”, o creo que así se llamaba, salió elegida por mayoría “El cartero de Neruda”, que hoy, se abre para todos.
Perdonad los errores de coordinadora sin experiencia, ni voz en estos votos.
Gracias a A. Skármeta por su libro, a Neruda por inspirarlo, y a todos por vuestra acertada propuesta, esfuerzo y participación.
Inmaculada Taza.
Biblioteca José María Hinojosa.
Málaga 18 de Enero de 2006.

De esto ha pasado ya algún tiempo; ahora es Zaida quien dirige nuestras reuniones, y aunque para mi fue muy gratificante esta labor, me compensa mucho más lo que estoy aprendiendo, y me llenan de ilusión las sorprendentes propuestas que cada mes nuestra coordinadora saca de su maleta, de su sonrisa y de su tesón, y, sobre todo,  poder compartir un maravilloso tiempo con todos los que han hecho posible esta sueño:
-Manuel Villegas, el bibliotecario que apostó por una idea.
-Zaida Liñán, nuestra coordinadora llena de páginas.
Los participantes, o sea, nosotros:
-Encarni Liñán
-Ana Román
-Antonio Leiva
-Ángeles Espinosa
-Manoli Vega –nuestra “blogiadora”, o, como se diga-
-Manolo Sánchez
-Eva Caballero
-Mercedes Romero
-Cristina Quiñones
-María Gallardo
-Trini Fernández
-Francisco Luque
-Mabel Martínez
Y la que suscribe, Inmaculada Taza
Todos juntos: Club de Lectura José María Hinojosa.

Por cierto, el segundo libro que leímos fue “La hija del caníbal” de Rosa Montero, desde aquí, todos están reseñados.

Acontecimientos de altos vuelos. Por Inmaculada Taza López.

Nuestra compañera Inma nos regala este relato.

Gracias.


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