Historias navideñas.
Dada la buena aceptación que tuvo nuestro relato compartido, me animo a proponeros un nuevo entretenimiento.
Viendo las fechas en las que estamos, el tema no puede ser otro que la Navidad. Os propongo escribir microrelatos donde expresar lo que queráis teniendo como excusa estas fiestas que serán buenas o malas pero jamás indiferentes, ¿o si?
Los relatos se irán añadiendo como comentarios a este artículo al que también podemos acceder por el botón correspondiente en el menú principal de la izquierda bajo el epígrafe de “Relatos compartidos”.
Espero que esta idea os guste y os animéis a participar. Sería muy divertido que los niños aportaran su ingenio, siempre sorprenden, así que contádselo a vuestros hijos.
Saludos.
Manoli
5 comentarios
Zaida -
La gran mesa preparada con tableros supletorios por el tío Juan (el gran organizador) que se queja cada año de que ya no vamos a caber más.
La magnífica comida con la carne que traen los gallegos y que prepara mi padre, las ensaladas de mi tío Miguel, el lomo de la tía Circun, el budín de pescado de la tía Amparo y los postres de la tía Uge.
Después, los regalos: mi abuela, a sus 93 años, todavía realiza con sus manos la mayor parte de ellos, los de los 14 nietos, los 5 bisnietos y los dos que llegarán este año. Jerséys, vestidos, zapatitos de ganchillo, mantitas, manteles bordados, toallas decoradas, bolsas para pinzas de la ropa... ninguno nos quedamos sin nada hecho por ella.
Es hora de las fotos: las cinco hermanas con su madre en el sofá (algún año las juntaremos para ver lo bien que están resistiendo al tiempo las seis). Y. despúes de retirar las mesas, a bailar con las caipiriñas del tío Miguel (cada año con el ron del país sudamericano que haya visitado): "La Puerta de Alcalá", "¡Libertad, libertad!" no faltan ningún año.
Luego, los que no tenemos niños, a casa de algún primo.
En fin, el mejor día del año: LA NAVIDAD EN ALCALÁ DE HENARES.
Inma -
Mi madre está en la puerta, intuye mi llegada, o quizá lleva todo el día esperándome fuera, no importa el frío, deseando nuestro reencuentro tanto como yo.
Sus manos casi transparentes rozan mi cara en una caricia temblorosa. Nuestras miradas se cruzan y se reconocen en un saludo silencioso y tierno.
-Ven cariño, tendrás hambre. ¡Estás tan delgada!
Me acompaña a la alacena con el orgullo del que sabe bien su oficio, despertando los deseos de mi memoria; recuerdos de tardes llenas de sabores, olores y magia.
Me gusta verla abrir, como en un ritual, las puertas de laberíntico enrejado, y..., otra vez, ese aroma. El dulce perfume de pestiños, roscos, licor de membrillo y endrinas. Siempre tan presente en mi, siempre. Desde siempre.
Me mira, se sonríe y la abrazo, sin poder demostrar en ese gesto, cuánto cariño hay acumulado.
-Los he hecho esta mañana para ti. Como siempre.
Dedicado a todos mis amigos, especialmente a Silvia y Mari, que saben mantener la tradición de los fogones en Navidad.
Y a los padres que se remangan.
Laura (13 años) -
Hola, soy Papá Noel. Mejor dicho, soy un papá noel y soy el décimo de una caja de doce hermanos.
Somos de madera, pintados a mano y con un traje rojo. Vengo de una fábrica donde dejé cientos de primos. Vivo, durante casi todo el año, en un trastero pero, cuando llega Diciembre, empiezo a trabajar. Me sacan de mi retiro y me cuelgan en el árbol, que todos conocemos con el nombre de Pincho.
Me siento feliz al ver desde mi sitio a mis vecinos, el muñeco de nieve, la campana, la estrella, el espumillón y, sobre todo, las luces de colores.
Es así todos los años pero, esta vez, algo ha cambiado Mi vida está en CONSTANTE PELIGRO: hay una cosa pe-lu-da que va a cuatro patas y amenaza con tirarme al suelo pero, por suerte, Carlitos está siempre pendiente de mí.
Me encanta la Navidad. Un año más viviré con mi familia estos momentos de alegría, luego volveré a mi soledad, pero no me importa porque llevaré conmigo un montón de buenos recuerdos.
Mabel -
Nuetro belen era un belen un poco churro pero era nuestro,y por tanto el mejor belen del mundo.
Manoli -
Sábado por la tarde y la familia reunida en casa. En la calle hace frío. En el interior, primos, hermanos, tíos y abuelos que juegan, charlan o ven la tele. Se acerca la hora de la merienda y alguien dice
- Voy al convento
La puerta de las monjas siempre está abierta, se llega a un zaguán con otra puerta y unos postigos, esta vez siempre cerrados.
Para que atiendan se llama a un timbre que suena muy lejos, en las profundidades del gran edificio. Luego, unos pasos, se abren los postigos y una hermana pregunta qué necesitas.
Hay de todo: mantecados, borrachuelos, roscos, pestiños, carne de membrillo, todo delicioso.
Cuando sales con tu compra caes en la cuenta de que, te guste o no, un año más, ha llegado la navidad.