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FRANCIS SCOTT FITZGERALD: EL GRAN GATSBY (1925).

FRANCIS SCOTT FITZGERALD: EL GRAN GATSBY  (1925).

Entre todos, le hemos otorgado a este libro la puntuación 6,3. Ha habido quien le ha dado un 3 y quien un 9, una amplia variación.
El material que hemos ido recopilando durante la lectura podéis encontrarlo aquí.

 A continuación os dejo el folleto que ha elaborado Zaida.

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“Enséñame un héroe y te escribiré una tragedia”

Representante absoluto de la ascensión y declive de una época, la que va desde los felices años 20, tras el horror de la I Guerra Mundial, a la Gran Depresión, que se vio reflejada en su descontrolada y corta vida (1896-1940).

Se le incluye dentro del grupo literario denominado por Gertrude Stein “Generación Perdida”, en el que se están representados escritores norteamericanos que desarrollaron su arte entre los años mencionados anteriormente. Muchos de ellos participaron en la Gran Guerra, lo que les marcó profundamente (en EEUU se les llama sad young men o jóvenes tristes). Vivieron y escribieron en Europa (principalmente en Francia) y desarrollan una literatura de marcado carácter social. Muchos de ellos experimentan con  recursos estilísticos antes no usados: destacan en este sentido William Faulkner (Absalón, absalón) y John Dos Passos (Manhattan Transfer). Todos retratan de manera bastante psicológica la sociedad que les rodea, ya sea la de los bajos fondos (Manhattan Transfer, el Nueva York de los emigrantes, con su música, su ritmo), la de la alta sociedad neoyorquina o parisina (El gran Gatsby o París era una fiesta de Hemingway), la de la rancia “aristocracia” sureña (Luna de agosto o Absalón, absalón de Faulkner), los desastres de la Gran Depresión (Las uvas de la ira de John Steinbeck) o de la Guerra Civil española (¿Por quién doblan las campanas? de Hemingway). Fitzgerald describe a esta generación a la que pertenece con esta frase: “somos aquella generación que ha encontrado todos los dioses muertos, las guerras combatidas y la fe en el hombre destruida”.
 
Ya desde sus ancestros más inmediatos, la vida de Francis Scott Key Fitzgerald fue un quiero y no puedo: las ansias de índole monetario y de éxito social fueron primordiales para sus progenitores y también una constante en su propia vida. Su padre era un caballero del Sur arruinado y su madre provenía de una familia católica rica de origen irlandés, instalados en el Medio Oeste americano (como nuestro Nick Carraway), en Saint Paul (Minnesota). Su nombre proviene del hermano de su bisabuelo paterno, creador del himno nacional americano. Pero otros miembros de su familia paterna también tuvieron su importancia en la Guerra Civil americana, desde el lado de los confederados: una tía de su padre fue ahorcada por participar en el asesinato de Lincoln y su padre en su infancia pasaba espías sureños de una orilla a otra del río Potomac. Su padre intentó toda su vida triunfar en los negocios (montó una fábrica de muebles de mimbre), pero las sucesivas crisis financieras le arruinaron varias veces. Ya en Búfalo, con un puesto de vendedor de jabón, pierde su trabajo y,  desde ese momento, con la familia sostenida por la actividad contrabandista de su madre, se siente un fracasado total. Las aspiraciones al éxito social y económico le vienen sobre todo de su madre, que le alienta para que triunfe en la vida.
Educado en internados católicos, completa sus estudios en Princeton, pero era mal estudiante (se dedicaba a escribir cuentos y canciones) y no los termina. Eran los años de la Gran Guerra y Fitzgerald veía esta contienda como una oportunidad para prosperar: así se alista y le llevan a un campo de entrenamiento en Montgomery (Alabama), pero no llegará a Europa porque mientras tanto la guerra termina. En una entrevista muy reveladora con un periodista holandés en su 40 cumpleaños, reconoce que “mi experiencia bélica se redujo casi exclusivamente a enamorarme de una chica en cada ciudad por la que pasaba”. Pero este lugar es muy importante en su biografía porque allí escribirá su primera novela (siempre había sentido inclinación por la escritura) y conocerá a Zelda Sayre, hija de un juez de la Corte Suprema que le dice claramente que no quiere casarse con un don nadie y no puede esperar a que triunfe como él espera, como Daisy Buchanan. Durante su entrenamiento había escrito una novela que había titulado “El egoísta romántico”. Cuando Zelda le pone en esa tesitura, decide partir para Nueva York a probar fortuna: se recorre todas las editoriales con el manuscrito, los cuentos y las canciones que había escrito en Princeton, pero fue constantemente rechazado. Encuentra trabajo de publicista, escribiendo eslóganes. Pero sólo dura unos meses: sabiendo que de este modo no conseguiría el éxito ni a Zelda, regresa a casa de sus padres, se encierra en una habitación y reescribe la novela y su título. Así nace A este lado del paraíso (1920), que es aceptada inmediatamente y se convierte en un éxito, convirtiéndole en un hombre rico. Con estas credenciales pide a Zelda en matrimonio y ella accede.
Comienza así su tormentosa vida en común, llena de fiestas, alcohol, trasgresiones… siempre por encima de sus posibilidades, derrochando tanto dinero que tendrá que dedicarse a escribir multitud de cuentos, cosa que detestaba, para varias publicaciones que le pagaban muy por encima de lo que se hacía en esa época. Aún así, su necesidad de liquidez le hace vender todos los derechos asociados a su producción literaria y vivir de préstamos sobre futuros beneficios de sus obras.

Al principio vivieron en Nueva York, compraron una casa enorme en Long Island (¿os suena?), donde escribirá Hermosos y malditos (1922). Allí tendrá a su única hija en 1921 y comienza Zelda a mostrar signos de desequilibrio psíquico. Pero en 1924 se trasladan a la Riviera Francesa en un ritmo febril de fiestas y alcohol, que les lleva a París donde entra en contacto con Hemingway (que lo retratará en París era una fiesta). No volvieron a EEUU hasta 1931 (aunque hacían viajes esporádicos). Seré en la Costa Azul donde escriba en cinco meses y acuciado por las deudas El gran Gatsby (1925), lo que le hará venderla mal porque necesitaba el dinero. Ya por esa época comienza el descenso en picado de la pareja. Se agudiza la esquizofrenia paranoide que padecía Zelda, que desde 1930 entrará y saldrá de diferentes psiquiátricos, para quedar encerrada ya desde medidos de los 30 y donde morirá en un incendio en 1948. Paralelamente, Francis alcoholizado y lleno de deudas decide volver a EEUU. Hasta 1934 no editará la siguiente novela Suave es la noche, un relato autobiográfico de su relación con Zelda que fue un fracaso de ventas, lo que le hace hundirse en la depresión y escribir una serie de ensayos autobiográficos sobre su fracaso como hombre y escritor. Tras su muerte serán reunidos en un libro que se titula The Crack-up (El jactancioso) (1945).
En 1937 decide trasladarse a Hollywood donde escribirá guiones de forma anónima para sobrevivir. La bancarrota, la enfermedad y el alcoholismo se conjugan para que muriera de un ataque al corazón en casa de su amante de la época, la periodista del mundillo del corazón cinematográfico Sheila Graham en 1940. Dejó una novela inconclusa El último magnate, donde cuenta aspectos miserables del mundo hollywoodiense
A pesar de ser católico, se prohibió que se le enterrara en el cementerio católico donde estaba enterrada su familia paterna por su vida disoluta y su cacareada condición de no practicante. Tuvo que ser enterrado en un cementerio civil de Rockville, donde más tarde y a su lado, también se enterró a Zelda.

La personalidad de Zelda Fitzgerald es meritoria de atención por nuestra parte. Esta representante de las mujeres flappers, la “top girl” como la llamaba su marido, de personalidad arrolladora y desequilibrada jugó un papel muy importante no sólo en la vida del escritor si no también en su obra. Zelda también escribía, además de pintar y bailar. Parece ser que estudios recientes revelan que parte de las obras de su marido, incluso algunas enteras, las había escrito ella. Ella publicaba sus cuentos en revistas menores (algunas dirigidas a mujeres) por los que les pagaban mucho menos que si estaban firmados por su marido y publicadas en revistas de primera línea. Y, claro, con su tren de vida, ése era un mal menor para Zelda en esos momentos.


Magnífico retratista de la sociedad en la que estuvo inmerso, la mayor parte de sus relatos se nutren de sus experiencias vitales. Dio a conocer a todos los americanos cómo se vivía en la alta sociedad, sus normas de actuación y sus reglamentos para la incorporación a ella, cómo eran las mujeres desinhibidas e independientes que la habitaban, cómo se consumía alcohol a raudales en plena época de la Ley Seca, el ambiente de la incipiente industria cinematográfica, en definitiva una sociedad que se movía a ritmo de foxtrot, de charleston y de jazz (este último magníficamente puesto por escrito por John Dos Passos en Manhattan Transfer).

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