ANTONIO OREJUDO: RECONSTRUCCIÓN (2005)
Tusquets Barcelona
“…pero matar a un hombre, viene a decir Kostelka, no es purificar una iglesia. Matar a un hombre es matar a un hombre.”
Interesante escritor este madrileño nacido en 1963 (para evitar susceptibilidades como la del otro día, no voy a decir “cuarentón”). Actualmente vive en Almería, donde es profesor titular de Literatura Española: este año imparte “Creación Literaria”, “Introducción a la Historia Literaria”, “La tradición clásica en la Literatura Española del Siglo de Oro”, “Edición y Anotación de Textos Españoles del Siglo de Oro” y “Tendencia de la Novela Española Actual” (todas ellas en el 2º cuatrimestre, ¡cómo puede!).
Se licenció en Filología Hispánica en la Autónoma de Madrid y se marchó a Nueva York (a la State University) para doctorarse. Tras ello, se quedó 7 años dando clases en algunas universidades del país. También fue invitado por la Universidad de Ámsterdam. A su vuelta pululó por diferentes universidades españolas para acabar en la de Almería, su lugar de veraneo preferido (San José, el Cabo de Gata). Desde allí, se dedica a la docencia, escribe una columna semanal de actualidad en “Público” (las cuelga en su blog “Ruido de fondo”), puntualmente escribe crítica en Babelia o en el ABC Cultural, actúa de jurado en premios literarios (formó parte del último Premio Málaga de Novela), forma parte de proyectos de investigación, escribe literatura gris (estudios sobre Literatura) y crea novelas de forma tranquila, meditada, sin prisas ni presiones editoriales.
No tengo más información sobre su vida personal: pero creo que tiene hijos por lo que dice en una entrevista acerca del oficio de escritor y de vivir de ello.
Está claro que la Literatura le ha gustado siempre, pero no sé desde cuándo escribe. Lo cierto es que su primera novela la redactó mientras estaba en Nueva York. Fue Fabulosas narraciones por historias editada en 1996 por Lengua de Trapo y que ganó el Premio Tigre Juan a la mejor primera novela del año (hace poco ha sido reeditada por Tusquets, 2007). Esta novela tuvo mala suerte: se centra en la Dictadura de Primo de Rivera y la Generación del 27 y justo antes de salir editada (dos meses antes), Juan Manuel de Prada publicó “Las máscaras del héroe” con los mismos presupuestos. Dos novelas a la vez con la misma temática, en la que salió ganador de Prada por ser más conocido que este autor novel.
Escritor de largo recorrido, en el sentido de que sus tres novelas han tardado bastantes años en ir escribiéndose: para la primera necesitó diez años (1996), cuatro para Ventajas de viajar en tren (2000), para Reconstrucción (2005), cinco. No le interesa escribir apresuradamente ni lo necesita. En este sentido, en varias entrevistas defiende este modelo de escritor que no necesita de los adelantos de una editorial para vivir: como un arte puro, sin influencias, sin presiones de nadie. “Si yo tuviera que comprarles los zapatos y los abrigos a mis hijos con el producto de mis novelas, fracasaría como escritor porque estaría obligado a producir constantemente” (…) “profesionalizarme me haría escribir cosas que no quiero” (…) “creo que la libertad depende básicamente de lo que cobres”.
Cuando habla del proceso de producción de sus obras utiliza el símil del “cocido”: “escribo como quien hace un cocido. A fuego lento y echando dentro de la olla todo lo que va cayendo en mi mano, todo lo que leo en el proceso de escritura. Porque yo no dejo de leer mientras escribo, qué tontería (…) que cueza todo lo que me gusta. No sé nunca cómo será el sabor, pero eso es lo que más me atrae del trabajo de escribir”. Ejemplos de esto lo tenemos en las ideas que han originado sus novelas: en la primera, Fabulosas narraciones por historias se creó por un seminario sobre Ortega y Gasset en el que participó en EEUU; tras leer un libro de Stephan Zweig que trataba sobre Calvino, aparecía de forma marginal la figura de Servet, pero le resultó tan fascinante que empezó a profundizar en ella.
Acostumbra a escribir muy temprano por la mañana y principalmente lo que hace es borrar: “el escritor no es una persona que escribe s no que borra”. Empieza con una idea general de lo que va a escribir y un esquema, después se deja llevar por lo que va leyendo para documentarse y la obra se hace extensa y es entonces cuando, según él, comienza el proceso de escribir: “la tijera de podar es la herramienta fundamental del escritor”.
Le preocupa sobremanera el hecho de acabar repitiéndose: “cuando escribes una segunda y una tercera novela te comportas un poco como rehén de tu imagen como escritor”. Y deja claro que no le gustan los autores que lo hacen: “me brotarían sarpullidos sólo de pensar que yo pudiera escribir como Javier Marías, que siempre hace el mismo libro seccionado en partes arbitrarias. Él es un modelo de escritor con un discurso que va fraccionando en diez, quince o veinte novelas (…) Yo cambio de registro y de tema cada vez”.
Amante, como escritor y como lector, de las novelas, no le gusta el género corto de los cuentos. Se compara con un corredor de maratón: “cada vez que tengo una idea, siempre pienso en distancias largas, en novelas y, si una idea sola no me alcanza para una novela, trato de reunir varias para conformar una. Creo que el temperamento también influye: las personas nerviosas tienden a lo corto, a lo inmediato, al cuento”.
A pesar de ser profesor de Literatura, ve al escritor como “un elemento más de la industria del entretenimiento, no tengo una idea muy trascendente de la Literatura. Creo que mi principal trabajo consiste en entretener en el sentido más noble del término, porque la palabra entretenimiento no está demasiado bien vista”.
Admirador absoluto por lo que él llama “narradores, fabuladores en estado puro”: Cervantes (sobre todo), Mendoza, Galdós, Marsé, García Hortelano, Martín Santos, Thomas Mann, algunas cosas de Vargas Llosa… Son sus influencias conscientes, aunque él reconoce que “se me pega casi todo lo que leo. Soy extremadamente sensible a todos los estilos”. De la narrativa más actual se queda con Don DeLillo (Ruido de fondo), Houellebecq (Partículas elementales, Plataforma, La posibilidad de una isla), Roberto Bolaño (en homenaje a Inma, 2666), Murakami… No le gusta la literatura intimista: porque sus contemporáneos le parecen poco interesantes y porque lo que le gustan son las novelas en las que a los personajes les suceden cosas: “prefiero, además, que el lector descubra cómo es el personaje, su perfil psicológico, a través de lo que hace en la novela”. Y pone aquí el ejemplo de Don Quijote y Sancho.
Se le engloba en esa generación de escritores nacidos en la década de los ’60, que Sánchez Magro califica como “generación inexistente”, por no tener una identidad común: con Eloy Tizón, Lorenzo Silva, Lucía Etxebarría, Juana Salabert, Juan Bonilla, Luisa Castro, Lola Beccaria, Felipe Benítez Reyes, José Carlos Somoza, Ángela Vallvey, Javier Cercas o Martín Casariego, entre otros (un cajón de sastre, en otras palabras).
Fabulosas narraciones por historias (1996): Premio Tigre Juan. Residencia de Estudiantes, años ’20. Tres chicos se hacen amigos, pero su espíritu rebelde está en contradicción con el verdadero proyecto que Ortega y Gasset tiene para la Residencia de Estudiantes: crear una nueva generación literaria (la del 27), dirigir su difusión y controlar los beneficios editoriales. Desde ella se intentará manipular a los tres amigos para neutralizar toda resistencia.
Ventajas de viajar en tren (2000): XV Premio Andalucía de Novela. Una mujer conoce durante un viaje en tren a alguien que dice ser psiquiatra y que empieza a hablar de sus pacientes, sobre todo de un paranoico obsesionado con una conspiración gubernamental que pretende controlar a los ciudadanos mediante la clasificación de sus desperdicios. Cuando baja en una parada, el tren se marcha sin que le dé tiempo a subir. La mujer descubre una carpeta que contiene una relación de casos mentales, base de un libro que el viajero estaba proyectando.
Zaida
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