El olvido que seremos. Héctor Abad Faciolince.(2006)
Aquí os pongo la puntuación que le hemos dado a este libro:
5 | 8,5 | 7 | 5 | 8,5 | 6 | 7,5 | 6 | 7,5 | 6,5 | Nota media: 6,75 |
A continuación, el comentario de José Luis:
EL OLVIDO QUE SEREMOS (Héctor Abad Faciolince)
Nota previa: Para evitar cualquier mala interpretación a mis opiniones sobre la novela, sus personajes o su autor, quiero dejar bien claro que ninguna de ellas, de mis opiniones, tratan de justificar EN ABSOLUTO el asesinato de Héctor Abad.
Repudio activamente el matar a una persona por sus ideas, máxime cuando se hace desde una posición de poder y con el agravante de la impunidad anónima.
Comentario cualitativo =
Empecé a leer este libro en la creencia de que me iba a gustar. Por una parte, el miembro de la tertulia que lo recomendó tiene un pleno aciertos conmigo y, por otra parte, el autor me había gustado mucho en el coloquio en intervino en noviembre de 2019 en la Biblioteca Cánovas del Castillo de Málaga y al que asistí. Muy ameno y fluido; tapó prácticamente al otro contertulio, nuestro paisano fallecido Pablo Aranda. Contó un par de anécdotas sobre Málaga, en dónde parece que iba a quedarse a residir con las que se metió al auditorio en el bolsillo.
El tema del libro me parecía muy interesante, aunque yo albergaba el temor, no a que no fuese a ser imparcial con la memoria del padre asesinado, cosa imposible, sino a que se pasase con los elogios, como así creo ocurre en la novela. Muy delicado el asunto de las victimas del terrorismo: se les debe respeto y reparación por la pérdida, comprensión con sus opiniones y actuaciones, pero no creo deban tener patente de corso para que todo lo que digan vaya a misa.
Novela irregular, con reflexiones para reflexionar, válgame la redundancia, y personajes y relación entre algunos de ellos muy ricas, pero sin interés alguno en la descripción de la biografía familiar y vida social del protagonista, mientras que pasa como de puntillas por su actividad política.
La adoración del hijo por el padre es innegable y de admirar, aunque esa misma veneración pone en tela de juicio la ecuanimidad con que juzga sus actuaciones.
Me resultan chocantes las repetidas narraciones de las reuniones sociales y familiares del padre, con lista nominal, nombre y dos apellidos, de los asistentes a ellas. La mayoría de esos nombres no son conocidos y no vuelven a repetirse en la novela (parecen crónicas de sociedad), y, sin embargo, no sé si llega a aclarar si la intensa actividad política de Héctor Abad, que va mucho más allá de la propia de su compromiso social en favor de las clases desfavorecidas, la hace desde una posición personal y académica u ostentó en algún momento una responsabilidad política, orgánica o representativa. Esta falta de detalle y de nombres relacionados con el asesinato de Héctor Abad convierten en culpables a los ojos del lector a todas las instituciones, autoridades, policía y justicia colombianas.
Un capítulo de la novela me parece especialmente malo y desagradable: la truculenta narración de la muerte de Marta. De verdad, ¿qué persigue refocilándose morbosamente en el dolor de la muerte por cáncer de una persona, de su hermana Marta? Parece querer utilizarlo el autor como argumento contra la existencia de un Dios que permite tal sufrimiento. Lamentable.
Héctor Abad es una persona perteneciente a la clase media alta colombiana, sociable, desprendida, con un alto compromiso social con las clases desfavorecidas; despreocupado de su familia directa, excepto de su hijo varón, al que malcría. No me explico cómo Héctor pudo licenciarse en Medicina, doctorarse y ganar unas oposiciones a cátedra. Sus vocación y actuación son las de un gestor social comprometido, las de político, dicho sea con ánimo elogioso. Igual hubiese actuado siendo abogado, sociólogo o notario de la propiedad. Pero ¿médicoooo?, ¿profesor universitario?
Él mismo era consciente de su falta de habilidad para la práctica médica, no sólo la quirúrgica, cosa que ya comprobó funestamente en una operación de vesícula que realizó siendo residente, sino que huía el trato directo e individual con los enfermos, hasta el extremo de que fuese su esposa la que atendía fraudulentamente a los campesinos que iban a su casa a consultarle y de que incluso les prescribía las medicinas.
Pero, en lugar de reconocer humildemente sus carencias, desprecia la importancia de los quirófanos, de los especialistas y de las técnicas sofisticadas de diagnóstico; incluso menosprecia la eficacia de los antibióticos. Pero lo peor es que acusa a la mayoría de sus colegas de utilizar esas prácticas para enriquecerse. Cómo la ideología puede llevar a un hombre culto a hacer afirmaciones totalmente acientíficas.
Las clases prácticas que Héctor imparte en la universidad son visitas a barrios desfavorecidos con los alumnos, o con un amigo extranjero, para informar a sus habitantes de las medidas profilácticas, pero, a la vez, para que tomen conciencia de su injusta situación y arengándolos para que reclamen sus derechos; y muchas de sus publicaciones deben ser más denuncias y reclamaciones sociales que ponencias académicas. Lo deduzco porque tras alguna de ellas, para evitar, represalias, ha de salir para largas estancias en universidades asiáticas. Habla el autor de una serie de compañeros académicos que admiraban a su padre; no dice nada de que opinarían la mayoría del profesorado y algunos alumnos sobre su dedicación académica y a la investigación.
Me ha resultado muy interesante, las reflexiones del autor sobre la muerte, la incertidumbre sobre el más allá y el afán de inmortalidad del ser humano; por otra parte, reflexiones nada novedosas, sino presentes con un u otro aspecto en la literatura y pensadores de todas las épocas. Para muchos la inmortalidad es pervivir en el recuerdo de los otros, pero se trataría de una inmortalidad con fecha de caducidad: la muerte de esos otros. El olvido que seremos.
Y a mí me ha gustado muchísimo, quizás porque en algunas facetas tengo ejemplo familiar muy próximo, la forma en que describe la relación del matrimonio. Se palpa el respeto y el amor entre ambos, a pesar de sus diferencias en creencias trascendentales y en la distinta manera en que ejercen sus responsabilidades personales para con la familia y la sociedad.
Para mi forma de ser, la persona ejemplo a imitar es la “mamá” del autor. Por cierto, no recuerdo si llega a mencionar su nombre alguna vez en la novela; sería el único personaje de entre una centena que no nomina; le traiciona el subconsciente, especie de anti complejo de Edipo; su amor por su “papá” es tan total que no le queda ni una migaja que dar a su “mamá”.
La “mamá” del autor, con un enorme respeto y amor por su marido, “sólo” se ocupa de educar y cuidar y financiar a su familia, a la vez que contribuye al desarrollo de la sociedad creando una empresa en la que también trabaja.
Calificación = 5
José Luis Casado
30 de enero, 2021
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