El hablador. Mario Vargas Llosa.
Parece un relato autobiográfico de sus años de estudiante en la Universidad de San Marcos de Lima y nos muestra cómo en el seno de ésta se vivía la controversia sobre los habitantes autóctonos del Amazonas: la necesidad de “civilizarlos” o dejar que siguieran con su forma de vida prehistórica.
Con la misma técnica que usó Marcel Proust en el comienzo de la obra “En busca del tiempo perdido” Vargas Llosa rememora esta historia. En lugar de la magdalena lo que le sirve para hilar los recuerdos es una fotografía que ve en una galería de arte de Florencia.
Alternando dos narraciones nos habla de la coexistencia entre el Perú moderno y el Perú primitivo. Por una parte el narrador principal cuenta la historia de un amigo de juventud –Mascarita- que se siente atraído por los Machiguengas, y por otra “el hablador” nos descubre el modo de vida de esta tribu que constituía el último vestigio de una civilización panamazónica que desde su choque con los Incas, había venido sufriendo derrota tras derrota y paulatinamente extinguiéndose.
Los Machiguengas eran un pueblo desperdigado que vivía en pequeños núcleos aislados y muy distantes unos de otros, el hablador hacía la función de nexo entre ellos. Era como el correo de la comunidad, se desplazaba de un caserío a otro informado de todos los acontecimientos. No sólo llevaba noticias actuales (nacimientos, muertes…) sino también del pasado, constituyendo algo así como la memoria de la comunidad, su labor era parecida a la de los trovadores medievales.
Según Vargas Llosa, “son una prueba palpable de que contar historias puede ser algo más que una mera diversión. Algo primordial, algo de lo que depende la existencia misma de un pueblo”.
Mercedes
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